Así nos protege la Reserva Mbaracayú

Desde la Fundación Moisés Bertoni, protegemos y administramos desde hace 34 años la Reserva Natural del Bosque Mbaracayú, hoy la última mota oscura y espesa de Paraguay, en un rincón de Canindeyú. Esta reserva está compuesta por numerosos valles pequeños, pero profundos, con cascadas recurrentes que crean cientos de pequeños afluentes hacia la cuenca del río Jejuí. Su área boscosa se encuentra dentro del bosque subtropical húmedo del este de Paraguay, parte del Bosque Atlántico Interior del sudeste de Brasil, noreste de Argentina y este de Paraguay: El Bosque Atlántico del Alto Paraná.
En la reserva, el bosque se divide en tres tipos diferentes: alto, medio y bajo. En el bosque alto, que generalmente es mucho más húmedo, sus árboles pueden medir más de 30 metros. La reserva alberga 93 especies de mamíferos (el 53% de las especies registradas en el país), 440 especies de aves (el 62% de las especies de aves registradas en Paraguay) y se estiman miles de especies de insectos.
El impacto de toda esta biodiversidad se extiende a su alrededor, conformando lo que la UNESCO declaró como Reserva Biósfera: lugares de aprendizaje para el desarrollo sostenible y territorios en los que miradas de distintas disciplinas de conocimiento permiten entender y gestionar las interacciones de la vida humana con los Servicios Ecosistémicos (SE).

¿Pero qué son los Servicios Ecosistémicos (SE)?
Para entender qué son los SE, el biólogo Danilo Salas, explica que las áreas protegidas son de la gente y para la gente: las personas reciben diversos beneficios (Servicios Ecosistémicos) de la existencia de las áreas protegidas, por ejemplo, el beneficio de la recreación, del conocimiento de la naturaleza, la disponibilidad de recursos hídricos o mantenimiento de regímenes de lluvia o inundaciones en algunos lugares, la existencia de polinizadores (favorables para la agricultura comunitaria y familiar), o el poder contar con suelo y aire menos contaminado que en regiones que no cuentan o no protegen la disponibilidad de estos SE. “En general, todas y cada una de las cosas que podemos recibir y percibir directamente como frutas, agua, o comida proveniente de la naturaleza, es lo que llamamos SE”, explica.
Así mismo, los beneficios son también intangibles de forma inmediata, como la regulación de los ecosistemas (como las cadenas alimenticias en las que se mantienen las plagas e invasores bajo control o la dispersión de semillas). Pero afectan profundamente al desarrollo de las actividades: se sintetizan en una mejor calidad de vida para la gente y en una cultura más rica.
El mismo tereré no surgiría como forma de refrescarse si no fuera por la disponibilidad de las hierbas medicinales y la yerba mate. Así también, se extinguiría en su forma más tradicional y patrimonial a medida que se extingan ecosistemas que albergaban ciertas hierbas medicinales como el katuava, el jaguarete ka’a, entre otros, así como las especies de animales e insectos que las polinizan y dispersan.
Un cuarto de la población mundial depende directamente de los servicios ecosistémicos que generan los bosques mediante su biodiversidad: agua, aire, alimentos, medicinas y todos los beneficios que estos proveen, servicios que ninguna industria puede suplir, y que contribuyen a que la vida humana sea posible, digna y culturalmente rica. La pérdida de estos SE o su deterioro tiene impacto no solo en el bienestar, también en los derechos humanos.

Vida, cultura y subsistencia gracias a la biodiversidad
Muchas prácticas culturales, tradiciones y costumbres están ligadas a la flora y fauna local en la Reserva Biósfera del Bosque Mbaracayú. Por ejemplo, la pesca tradicional Aché, la costumbre mencionada de buscar frutos silvestres, competencias de tiro con arcos elaborados con recursos del bosque o el uso de plantas en ceremonias. También los materiales naturales disponibles determinan el tipo de artesanía que se desarrolla. Esto incluye tejidos con fibras locales, tallas en maderas autóctonas, o tinturas naturales, todos estos de uso amplio y extendido en la mayoría de las comunidades indígenas. La artesanía representa identidad e ingresos económicos.
Por otra parte, el vocabulario y las expresiones lingüísticas también pueden reflejan la biodiversidad local, con términos específicos para plantas, animales y fenómenos naturales propios de la región. La extinción de una lengua es la extinción de una cosmovisión. La pérdida de la biodiversidad puede implicar el desuso de palabras y nombres basados en la naturaleza.

El costo de la pérdida es la pobreza
El cambio de uso de suelo es la mayor causa de pérdida de biodiversidad en América Latina. Además de perder cantidad neta de hábitat natural, los procesos de cambio de uso de suelo forman fragmentos de hábitat de diferentes tamaños y distancias entre sí. Esta pérdida y la fragmentación del bosque (es decir, de ser como un “continente de bosque”, pasa a convertirse en diminutas islas de bosques muy alejadas unas de otras) ha dejado áreas insuficientes para los requerimientos de toda la biodiversidad que antes podía albergar, por lo que se producen extinciones o pérdida de servicios ambientales locales (menos calidad del aire, del agua y del suelo). En pocas palabras, esto significa menos servicios ecosistémicos, por ende, menos calidad de vida.
Esta pérdida de biodiversidad es solo el primer eslabón para iniciar con el fin de identidades, costumbres, formas de vida que hace únicos a los grupos humanos e incluso también la riqueza “medible en dinero”.
Con cada especie desaparecida, desaparecen también los usos, costumbres y las culturas humanas que subsistían a partir de esa especie animal o vegetal en un determinado ecosistema, en un determinado clima. “En términos generales, es pérdida de conocimiento, que fue establecido durante decenas o cientos de generaciones a partir de prueba- error”, comenta al respecto el biólogo Danilo Salas.

Por ejemplo, en el caso del yaguareté, las densidades documentadas hasta 2005 para garantizar su supervivencia como especie indicaban más de 10.000 km2: un millón de hectáreas de territorio continuado, cerca de un 20% del bosque atlántico original en Paraguay (superficie que ya fue deforestada tan solo del 2001 al 2019). Hoy, la Reserva Natural del bosque Mbaracayú cuenta con alrededor de 12 individuos en poco más de 64.000 ha.
Cada extinción representa un problema grave, no solo para las generaciones futuras o para la ciencia, sino para todos los componentes sociales y económicos que dependían de esa especie y de su cadena trófica: se pierden opciones nutritivas, oportunidades de vida, manifestaciones culturales, identidad, y los mismos servicios ecosistémicos que eran enriquecidos con la existencia de esa especie. Todos los elementos alguna vez asimilados de la naturaleza que guardan relación con esa especie extinta, se debilitan. “Es un entramado de relaciones que se va deteriorando a diversos niveles lo que lo hace menos estable y más frágil”, explica Salas.
La pérdida de bosques y de biodiversidad nos hace depender cada vez más de soluciones artificiales, industriales, que irónicamente muchas veces extraen recursos de los bosques para generar productos: unas pocas variedades de carne y vegetales o productos farmacéuticos cada vez más costosos; la diversidad de opciones se encarece para quienes dejan de recibir los servicios ecosistémicos, resultando en el aumento de la brecha de la desigualdad y la pobreza.

Un plan de manejo que mide los Servicios Ecosistémicos
La Fundación Moisés Bertoni entiende la urgencia de conservar los ecosistemas para garantizar servicios ecosistémicos que hagan posible la vida humana de calidad. Así también, que un bosque saludable y de alta calidad, con una estructura y composición variada, ofrecerá una mayor gama y calidad de servicios ecosistémicos.
Es por eso que en el último Plan de Manejo de la Reserva Natural del Bosque Mbaracayú, el equipo técnico de la fundación desarrolló indicadores y variables para medir estos servicios, y a partir de ello, determinar la calidad de los ecosistemas de la Reserva de Biósfera.
A partir de ello, la UNESCO reconoció el plan de manejo de la Reserva Natural del Bosque Mbaracayú por su enfoque innovador en servicios ecosistémicos. Describió la práctica como innovadora, poco frecuente en los planes de manejo tradicionales y considerada de alto valor técnico e incluso recomendó que sea replicable para otras reservas a nivel mundial.

Las áreas protegidas aseguran calidad de vida
Las reservas naturales son espacios protegidos que contribuyen significativamente a la calidad de vida al preservar la biodiversidad, ofrecer servicios ecosistémicos y fomentar el bienestar humano. En la Fundación Moisés Bertoni protegemos a perpetuidad la Reserva Natural del Bosque Mbaracayú, la Reserva Natural Tapytá, y desde 2025 también la Reserva Natural Aguapey, en un compromiso por el desarrollo sostenible.