Día mundial de los bosques: ¿cómo nos enriquece su biodiversidad?

Los bosques albergan el 80% de todas las especies terrestres: plantas, animales, insectos, hongos y sus genes constitutivos, de los que depende la salud y la prosperidad de la humanidad. Un cuarto de la población mundial depende directamente de los servicios ecosistémicos que generan los bosques mediante su biodiversidad: agua, aire, alimentos, medicinas y todos los beneficios que estos proveen, servicios que ninguna industria puede suplir, y que contribuyen a que la vida humana sea posible, digna y culturalmente rica.
Y no es coincidencia que la diversidad cultural en América Latina sea tan rica. A diferencia de paisajes con menor biodiversidad y menos boscosos, el 23% de los bosques del mundo que se encuentran en el continente, a través de millones de plantas y animales de géneros distintos, permiten que el grado de acceso a la riqueza cultural sea mayor.
Sin embargo, en los países del continente con una cubierta forestal relativamente alta y en sus primeras etapas de industrialización, los bosques fueron y siguen siendo muy vulnerables. Entre 1990 y 2005 la región de latinoamérica y el caribe perdió casi 64 millones de hectáreas: más de un tercio de la deforestación mundial entre 2000 y 2005 tuvo lugar en esta región.

Cuando Paraguay era Bosque Atlántico
Paraguay se encuentra entre el 11% de superficies del mundo con bosques subtropicales (incluyendo bosques chaqueños). El bosque con mayor biodiversidad el territorio es el Bosque Atlántico del Alto Paraná (BAAPA), albergando cientos de comunidades de distintos pueblos originarios y una biodiversidad que hasta hoy no se termina de estudiar y descubrir, a pesar de las grandes pérdidas de vegetación: en 1945, el BAAPA contaba en Paraguay con 9 millones de hectáreas. Un ejemplo de su anterior exuberancia es el nombre de distintos territorios comprendidos en él: por ejemplo, el “Canindé Sa’yju” era el ave que abundaba en cierta región al noreste del país, por lo que un departamento adoptó el nombre de Canindeyú. Hoy con suerte se verá alguna pareja de canindés o guacamayos de pecho amarillo, siendo Paraguay hace décadas un líder en deforestación a nivel mundial: más del 93% del Bosque Atlántico completamente perdidas.
“Ka’aguy es lo que se llamaba a los bosques grandes, al monte continuado. Hoy, ya no existe”, cuenta José, de la comunidad Fortuna en Canindeyú, zona cuya biodiversidad fue afectada por la producción mecanizada, en plena vigencia de la ley Deforestación Cero en la región oriental.
La pérdida de hábitats del BAAPA ha puesto en peligro y en extinción a muchas especies, resultado de los cambios de uso de suelo, ya sea por cultivos agrícolas, expansión urbana no planificada. El cambio de uso de suelo es la mayor causa de pérdida de biodiversidad en América Latina.
Además de perder cantidad neta de hábitat natural, los procesos de cambio de uso de suelo forman fragmentos de hábitat de diferentes tamaños y distancias entre sí. Esta pérdida y la fragmentación del bosque (es decir, de ser como un “continente de bosque”, pasa a convertirse en diminutas islas de bosques muy alejadas unas de otras) ha dejado áreas insuficientes para los requerimientos de toda la biodiversidad que antes podía albergar, por lo que se producen extinciones o pérdida de servicios ambientales locales (menos calidad del aire, del agua y del suelo). En pocas palabras, esto significa menos servicios ecosistémicos, por ende, menos calidad de vida.
Por ejemplo, en el caso del yaguareté, las densidades documentadas hasta 2005 para garantizar su supervivencia como especie indicaban más de 10.000 km2: un millón de hectáreas de territorio continuado, cerca de un 20% del bosque atlántico original en Paraguay y a su vez, superficie que fue deforestada tan solo del 2001 al 2019. Hoy, la Reserva Natural del bosque Mbaracayú cuenta con alrededor de 12 individuos en poco más de 64.000 ha.
En el territorio original del Bosque Atlántico, las causas y dinámicas de la pérdida de biodiversidad son complejas, alimentadas en el tiempo por historias de sistemas injustos en la tenencia de tierras, el extractivismo de negocios locales, nacionales e internacionales, legales e ilegales. Muchas de estas causas de la pérdida van muy ligados a incentivos “cortoplacistas” para comunidades indígenas y campesinas de escasos recursos – como lo son el alquiler de tierras para el monocultivo–, hasta políticas nacionales no sustentables hasta políticas nacionales no sustentables, incluyendo ciertos modelos económicos basados en producción de commodities.
También la cultura se extingue con los bosques
La pérdida de biodiversidad es solo el primer eslabón para iniciar con el fin de identidades, costumbres, formas de vida que hace únicos a los grupos humanos. Con cada especie desaparecida, desaparecen también los usos, costumbres y las culturas humanas que subsistían a partir de esa especie animal o vegetal en un determinado ecosistema, en un determinado clima. “En términos generales, es pérdida de conocimiento, que fue establecido durante decenas o cientos de generaciones a partir de prueba- error”, comenta al respecto el biólogo Danilo Salas, coordinador de la oficina de gestión del conocimiento en la Fundación Moisés Bertoni.
El mismo tereré no surgiría como forma de refrescarse si no fuera por la disponibilidad de las hierbas medicinales y la yerba mate. Así también, se extinguiría en su forma más tradicional y patrimonial a medida que se extingan ecosistemas que albergaban ciertas hierbas medicinales como el katuava, el jaguarete ka’a, entre otros, así como las especies de animales e insectos que las polinizan y dispersan.
José cuenta cómo de pequeño todavía jugaba en el monte, se alimentaba de distintos tipos de carne y utilizaba normalmente múltiples plantas medicinales. Los nombres de las personas en su comunidad eran los de una planta: “Mi nombre es José, el que aparece en mi cédula. Pero mi nombre real es Itá Poty (flor que crece en la piedra). Yo comparo esto con cómo crecen las plantas: cada persona pertenece a una planta, y por eso da flores o frutos. Pero ahora, ya menos gente tiene rera “ka’aguy””, explicó. La reflexión que siguió a esto, fue: si cada persona con un sentido de pertenencia a una especie del bosque entiende que debe dar “flores y frutos”, ¿qué sentido de pertenencia podrían tener las personas que eliminan flores y frutos?
Es así como cada extinción representa un problema grave, no solo para las generaciones futuras o para la ciencia, sino para todos los componentes sociales y económicos que dependían de esa especie y de su cadena trófica: se pierden opciones nutritivas, oportunidades de vida, manifestaciones culturales, identidad, y los mismos servicios ecosistémicos que eran enriquecidos con la existencia de esa especie. Todos los elementos alguna vez asimilados de la naturaleza que guardan relación con esa especie extinta, se debilitan. “Es un entramado de relaciones que se va deteriorando a diversos niveles lo que lo hace menos estable y más frágil”, explica Salas.

La diversidad es el escudo de un bosque
Así, volviendo al ejemplo concreto del jaguar, el máximo depredador terrestre de los bosques de América, si desaparece, la mayoría de sus presas herbívoras quedarían dominando y consumirían especies vegetales sin control. Esto alteraría la composición y estructura de los suelos, afectando los cauces de los ríos y, por tanto, tiene un efecto en cadena sobre otros seres vivos y muchos ecosistemas, volviendo a los ecosistemas limitados para la supervivencia.
Y al volverse limitados, se vuelven más extremas las condiciones de supervivencia: sobreviviría la vegetación con características muy específicas, quizás hasta extremas, predominando en el paisaje y empobreciéndolo. Si surgiese una plaga que se alimente de esta especie, sería mucho más fácil afectar a una gran cantidad de individuos, ya que no existe biodiversidad que brinde protección.
Esto termina siendo un tema de bienestar y calidad de vida. Las pérdidas tienen efectos en la psicología y estrés en las comunidades. El bienestar humano es la experiencia de vida que incluye los materiales básicos para una vida digna, la libertad de elección y acción, la salud, buenas relaciones sociales, un sentido de identidad cultural, y una sensación de seguridad. El bienestar de la gran mayoría de las sociedades humanas se basa directa o indirectamente en la prestación de los servicios ecosistémicos fundamentales.

El final de los bosques es combustible para la pobreza
La pérdida de bosques y de biodiversidad nos hace depender cada vez más de soluciones artificiales, industriales, que irónicamente muchas veces extraen recursos de los bosques para generar productos: unas pocas variedades de carne y vegetales o productos farmacéuticos cada vez más costosos.
Solo observar el sistema alimentario, deja qué pensar: ha ocasionado el 80 % de la deforestación, es responsable del 70 % de la pérdida de biodiversidad en ecosistemas terrestres y del 50 % en ecosistemas de agua dulce, y genera el 29 % de las emisiones de gases de efecto invernadero». Tampoco está haciendo más saludables a las personas: cerca de 2.000 millones son obesas o tienen sobrepeso a nivel global, y a la vez, 690 millones de personas pasan hambre mientras que el 40 % de la comida que se produce no se consume y representa el 10 % de las emisiones de gases de efecto invernadero globales.
Sobre esto, Salas cita a expertos de biodiversidad de la ONU: «Unas 50.000 especies silvestres satisfacen las necesidades de miles de millones en todo el mundo», fue publicado en el nuevo estudio de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES). Así también, lo que señala la FAO: Hasta la fecha, hemos dependido de un puñado de cultivos, como el trigo, el maíz y el arroz, para la mayor parte de nuestras necesidades calóricas Sin embargo, hay más de 7 000 especies vegetales —quizás hasta 30 000—, que se consideran comestibles para el ser humano. “Lo que quiero señalar es lo frágil que es para la mayoría su alimentación frente a esa mínoria que vive en los bosques y tiene tantas alternativas” observa el biólogo.
Las personas que dependen inmediatamente de la biodiversidad son los más propensas a perder los servicios ecosistémicos. En muchos casos la disposición de servicios a los sectores más privilegiados de la sociedad es subvencionado pero requiere de extractivismo que acentúa el perjuicio a los más vulnerables. Los sectores con menos privilegios no pueden sustituir productos comprados y servicios perdidos del ecosistema: cuando la calidad del agua se deteriora como resultado de los fertilizantes químicos o plaguicidas, los que son pobres no pueden comprar agua segura. Cuando la proteína y nutrientes de fuentes locales, como la caza con armas tradicionales y la recolección disminuye como resultado de pérdida de hábitat, los ricos aún pueden comprar suplementos y vitaminas, mientras que los más dependientes de los bosques, no.
Es así que la pérdida de servicios ecosistémicos es útil a la acentuación de la desigualdad, por lo tanto, el cambio de biodiversidad está estrictamente vinculada a la pobreza. No se trata simplemente de una preocupación romántica o netamente activista. “A la larga y cada vez más cercana la posibilidad de que a todos les afecte la pérdida de servicios ecosistémicos, aunque cuenten con más recursos económicos, un ejemplo de esto lo dio la última pandemia”, observa laura Rodríguez, ingeniera forestal y máster en manejo de recursos naturales, miembro del programa de investigación y conservación de la Fundación Moisés Bertoni.

¿Cómo y qué producir para cuidar los bosques y la biodiversidad?
Una alternativa vista en los ejes de la recuperación del BAAP es la restauración de bosques. Llevarla a cabo es lograr que el bosque atlántico no sea solo una lección dura sobre conservación, sino una prueba de que es posible usar la inteligencia humana, también para reconstruir.
Si bien las buenas prácticas agrícolas aseguran una menor agresividad hacia los ecosistemas alterados para el cambio de uso de suelo, esto no es suficiente para que Paraguay sea caracterizado como un país “verde”. Solo la siembra directa y la rotación de cultivo no revertirán el camino al punto de no retorno.
La rica vida animal de los bosques ha recibido poca atención de los productores, siendo que las especies animales son vitales para los ecosistemas de producción en lo que se denomina paisajes multifuncionales, entendidos como espacios agrícolas que promueven la biodiversidad y la sustentabilidad.
Entonces, es valorado que los grandes y pequeños predadores reprimen la multiplicación de especies constitutivas de plagas; la polinización por murciélagos, aves, mariposas, polillas, abejas y hasta mamíferos enriquecen cultivos y aseguran la producción de frutos de los árboles; la dispersión de semillas producida por muchos animales es a menudo esencial para la supervivencia de especies vegetales que son alimento; la pérdida de predadores por el uso indiscriminado de plaguicidas puede traducirse en brotes de plagas con las consiguientes pérdidas económicas; y la diversidad animal en los bosques tiene también una significación económica por los ingresos generados por el ecoturismo.
Estos son solo ejemplos de cómo las funciones en el ecosistema tienen una importancia económica, y que son posibles formas de desarrollo que aprovechen la naturaleza, en lugar de aniquilarla. La ingeniera Laura Rodriguez comenta al respecto: “¿Por dónde empezar? La restauración de los bosques protectores de los cursos de agua, que de por sí ya es una exigencia legal, además de que puede ser un buen punto de partida, es una necesidad, sobre todo en un país que depende de la energía hidroeléctrica”.

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Fuentes:
El Bosque Atlántico en Paraguay, 2005.
Situación de los bosques del mundo.
Cartilla de pérdida de biodiversidad, WWF.
Biodiversity Loss Threatens Human Well-Being.